El espacio
público de la ciudad se ha convertido en un canal de publicidad 24h. Donde
quiera que mires, en las calles de la ciudad te encuentras con invitaciones al
consumo. Las plazas pierden sus bancos y sus árboles en detrimento de
sombrillas, mesas y sillas. Las calles más transitadas son aquellas más llenas
de negocios. Incluso en zonas de interés cultural una se siente aturdida con el
bombardeo de tiendas y termina prestando más atención a éstas que al monumento
o instalación.
Consumir, se ha
convertido en la actividad por excelencia de nuestro tiempo libre y de ocio.
Sábado por la tarde, ¿dónde están los jóvenes, adultos y mayores? La gran
mayoría paseando por los centros comerciales de las ciudades, que muy
hábilmente han sido construidos reproduciendo lugares tradicionales de
encuentro, plazas y parques.
Pero la
publicidad es algo más que invitación o provocación al consumo. Es un bombardeo
constante que crea modos de vida, modelos de identidad y formas de
comunicación.
Los mensajes que
constantemente llegan a nuestro subconsciente a través de la publicidad tienen
que ver con modelos de éxito basados en riqueza, belleza, juventud… hoy en día,
los y las jóvenes e incluso sus madres y
padres tienen como ejemplos a seguir a personajes famosos de la televisión, que
aunque sus logros poco tengan que ver con la honestidad y el esfuerzo personal,
sí son considerados como modelos a seguir por su fama o popularidad, confundida
con el éxito, por su estatus económico y
probablemente con su aspecto físico.
Desde este
espacio queremos reivindicar que la publicidad engañosa y perversa, esparcida
por doquier, que incita al consumo desenfrenado e irresponsable, es
contaminante de las relaciones sociales, que las vuelve superficiales y que
genera unas pautas de comportamiento contradictorias con los valores tan
promulgados en nuestra sociedad de respeto a la diversidad, solidaridad,
tolerancia… ¿Cómo se va a tener respeto a la diversidad si desde los medios y
la publicidad se vende un modelo único de persona? ¿Cómo se va ser solidario si
se vende que debes ser rico y tener muchas cosas para ser feliz? ¿Cómo se va a
ser tolerante si se ridiculiza o demoniza todo lo que no esté adaptado al
sistema?
No son calles, casas
y personas las que conforman la verdadera piel de las
grandes ciudades que
habitamos, sino miradas e imágenes,
actualidades
parlamentarias e informativos
de última hora y diarios económicos y
furiosas
pantallas extraplanas generosamente distribuidas en el metro, y octavillas y octavillas
y bolsas de la compra y ofertas y llamadas comerciales y carteles y supermercados y
vallas publicitarias y hasta folletos de venta a bordo en aviones a diez mil metros de
altitud. Como ocurre con nuestra verdadera piel, apenas somos conscientes de esta
segunda, pues acostumbrados a no tener dónde posar la vista creemos mirar nuestra
ciudad cuando sólo estamos viendo ese pellejo brillante que nos induce a percibirnos
como entes envidiablemente
individuales; aunque actuemos, deseemos, amemos,
trabajemos y anhelemos como
el hombre del anuncio: suyos son
nuestros ritmos
cardiacos y hasta nuestra solidaridad está capitalizada por el Fondo Social BBVA.
Mientras, la moda se disfraza de disidencia vendiéndonos el bodypiercing y el tatoo,
y la libertad política se compra en el Ikea: “Bienvenidos a la República independiente
de tu casa”.
Grupo Arbeit, “Fugitivos del país de Jauja”
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