lunes, 30 de abril de 2012

Maikoski soñada con que un día, la poesía poblara las paredes de la gran ciudad...


El espacio público de la ciudad se ha convertido en un canal de publicidad 24h. Donde quiera que mires, en las calles de la ciudad te encuentras con invitaciones al consumo. Las plazas pierden sus bancos y sus árboles en detrimento de sombrillas, mesas y sillas. Las calles más transitadas son aquellas más llenas de negocios. Incluso en zonas de interés cultural una se siente aturdida con el bombardeo de tiendas y termina prestando más atención a éstas que al monumento o instalación.
Consumir, se ha convertido en la actividad por excelencia de nuestro tiempo libre y de ocio. Sábado por la tarde, ¿dónde están los jóvenes, adultos y mayores? La gran mayoría paseando por los centros comerciales de las ciudades, que muy hábilmente han sido construidos reproduciendo lugares tradicionales de encuentro, plazas y parques.

Pero la publicidad es algo más que invitación o provocación al consumo. Es un bombardeo constante que crea modos de vida, modelos de identidad y formas de comunicación.
Los mensajes que constantemente llegan a nuestro subconsciente a través de la publicidad tienen que ver con modelos de éxito basados en riqueza, belleza, juventud… hoy en día, los  y las jóvenes e incluso sus madres y padres tienen como ejemplos a seguir a personajes famosos de la televisión, que aunque sus logros poco tengan que ver con la honestidad y el esfuerzo personal, sí son considerados como modelos a seguir por su fama o popularidad, confundida con el éxito, por  su estatus económico y probablemente con su aspecto físico.

Desde este espacio queremos reivindicar que la publicidad engañosa y perversa, esparcida por doquier, que incita al consumo desenfrenado e irresponsable, es contaminante de las relaciones sociales, que las vuelve superficiales y que genera unas pautas de comportamiento contradictorias con los valores tan promulgados en nuestra sociedad de respeto a la diversidad, solidaridad, tolerancia… ¿Cómo se va a tener respeto a la diversidad si desde los medios y la publicidad se vende un modelo único de persona? ¿Cómo se va ser solidario si se vende que debes ser rico y tener muchas cosas para ser feliz? ¿Cómo se va a ser tolerante si se ridiculiza o demoniza todo lo que no esté adaptado al sistema?

No son calles, casas  y personas las que conforman la verdadera piel de las
grandes   ciudades   que   habitamos,   sino   miradas   e   imágenes,   actualidades
parlamentarias   e   informativos   de   última   hora   y   diarios   económicos   y   furiosas
pantallas extraplanas generosamente distribuidas en el metro, y octavillas y octavillas
y bolsas de la compra y ofertas y llamadas comerciales y carteles y supermercados y
vallas publicitarias y hasta folletos de venta a bordo en aviones a diez mil metros de
altitud. Como ocurre con nuestra verdadera piel, apenas somos conscientes de esta
segunda, pues acostumbrados a no tener dónde posar la vista creemos mirar nuestra
ciudad cuando sólo estamos viendo ese pellejo brillante que nos induce a percibirnos
como   entes   envidiablemente   individuales;   aunque   actuemos,   deseemos,   amemos,
trabajemos  y  anhelemos  como  el hombre  del anuncio: suyos  son  nuestros  ritmos
cardiacos y hasta nuestra solidaridad está capitalizada por el Fondo Social BBVA.
Mientras, la moda se disfraza de disidencia vendiéndonos el body­piercing y el tatoo,
y la libertad política se compra en el Ikea: “Bienvenidos a la República independiente
de tu casa”.

Grupo Arbeit, “Fugitivos del país de Jauja”

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